Hace años que leí “La nueva mente del emperador”. En ese libro Penrose desarrolla el siguiente concepto, apelando a las matemáticas, a lo cuántico y otros argumentos: la esencia de la inteligencia humana es irreproducible. No es posible encontrar el algoritmo de nuestra inteligencia y que una máquina lo copie.
Este libro obtuvo réplicas, y luego réplicas a las réplicas. Ríos de tinta. Es un debate interesante, reflexionar sobre si lo que nos permite pensar y desarrollar ideas es algo que puede programarse y todo es cuestión de cómo, o si hay algo en nuestra inteligencia que no puede ser copiado.
Han pasado los años. A mi hijo le interesan los robots, los programas. A mi hijo le interesan estas reflexiones, y le apasiona fantasear con una máquina que esté ahí siempre para él, siempre presente, siempre dispuesta. Eso me recuerda una escena de Terminator II en la que Sarah Connors está viendo como el T1000 vigila el sueño de su hijo y comprende que esa máquina puede darle a su hijo lo que ella no puede: vigilancia constante, presencia total, una capacidad de la que ella no dispone. Esa máquina era la cuidadora perfecta de quien será el líder en la revuelta contra ellas. Ironías.
Mi hijo se plantea hasta dónde puede llegar la inteligencia. Yo también. A él le fascina, porque él tiene 10 años, a mí me fascina, y me preocupa. Me dice que uno no debe preocuparse de una verdadera inteligencia, porque la inteligencia es buena, cuidadora y quiere hacerse cargo de todo. La inteligencia es ecológica, es más cuidadora de las cosas que los hombres. Yo no sé qué responderle, salvo mirándolo lleno de amor, ternura, y cierta congoja por la que le espera.
Mi hijo no comprende ni tiene experiencia sobre muchas cosas aún, y sin embargo, qué bien entiende algunas.
– A veces no entiendo por qué mi amigo se porta mal o hace cosas que no le ayudarán ni le servirán de nada.- me dice.
Lo veía muy preocupado por las dificultades y cambios de humor de un amigo y le dije: bueno, a veces hay que tomar distancia y dejarlo si le has ofrecido ayuda y no le sirve. No debes dejar que te afecte. A veces incluso, llega un momento en que uno tiene que cuestionarse la amistad.
– Pero qué dices papá, es mi amigo. Puede enfadarse, puede incluso portarse como un idiota, y sigue siendo mi amigo.
– ¿Crees que una inteligencia artificial muy desarrollada pensaría igual?
– Seguramente no – me contesta tras pensarlo un poco.- Eso es algo en lo que nunca serán como nosotros.
– ¿A qué te refieres? – le pregunto lleno de curiosidad.
– No sé cómo explicarlo. Me encanta la idea de los robots, de una inteligencia que nunca se cansa y tiene muchos poderes. Pero las máquinas no pueden copiarnos algunas cosas.
– ¿Ah si? – le miro. – ¿Cómo cuáles?
– Por ejemplo eso de ser amigos, aunque tú amigo sea tonto o esté raro. Las personas a veces estamos segura de algo y eso que no podemos explicarlos. Pero estoy seguro. Una máquina nunca podrá estar segura de algo sin poder explicarlo.
– Y tú no puedes explicar algo de lo que sin embargo estás muy seguro.
– Sí – me dice riéndose por ese contrario.
Diez años. Y tras Penrose y otros, y mis cavilaciones solitarias, él puede darme un perfil de la condición humana. Yo también creo, sin poder explicarlo, que en cada niño se encuentra enrollado todo el conocimiento y sabiduría posible.
P.D.: Para mí lo que subyace a este breve texto tan parco en lo que pretende insinuar es que somos un producto híbrido de sistemas que se complementan de una forma única. Tenemos un sistema emocional y luego tenemos una corteza cerebral. En el centro y en la base del cerebro está la amígdala cerebral, depositaria del centro de emisión de emociones. Nuestro entendimiento y comportamiento en la realidad es una trama compleja entre la amígdala y la corteza cerebral. Es decir, entre percepción, razón y emoción. Una inteligencia artificial sin emociones (aunque pueden plantearse dotar de amígdala a la IA, claro) será inteligente, tal vez, pero será otra cosa.