Hace unos meses que le mandé a A. que cada vez que su madre hablara mal de su padre pintara y recortara un corazón para luego regalárselo a éste, sin decirle por qué, sin decirle nada. Son corazones secretos, me dijo. Con 10 años era muy sensible, muy inteligente, muy atenta a ciertas cosas, como todos los que sufren si se les escucha, que aumentan su sensibilidad, su inteligencia, su atención. Sucede que a partir de entonces el padre se ha ido implicando progresivamente, más y más.
Un día su madre le dice que su padre no es tan mal padre, y que es muy bonito lo que ha hecho con ella ese domingo. Cuando me lo cuenta le digo: ¿podrías regalarle un corazón a ella por eso? Sí, contesta con una sonrisa. Cuando se lo dí, me cuenta en la siguiente sesión, se echó a llorar.
Todo va mejor.
Antes venían por separado, él menos y cada vez más, ella, la madre, con la niña. Ahora ya vienen juntos y sin A y luego viene A sola.
En una de las últimas sesiones les propongo que le hagan un regalo de amor a A. Hay que pensarlo, proponen cosas y finalmente cuaja. Él le hará una composición con los corazones que ella le ha ido regalando y fotos de días juntos y recuerdos pegados. Y ella, con él delante, anuncia que le regalará un marco con una foto del padre para que la pueda poner en su habitación, algo que A había pedido alguna vez.
– ¿Qué te parece? le pregunto a él. Está con lágrimas y dice que está bien. La mira y le dice: yo le he puesto en su habitación en mi apartamento una foto de ella contigo.
– Sí, me lo ha dicho.
Cuando veo a A hablamos de todo un poco y de esto algo. Me dice que ahora cuando su padre viene a recogerla saluda a su madre y hablan un rato. Que el otro día cuando vino su madre a recogerla de pasar el fin de semana estaban merendando y se sentó con ellos y esperó tomando un té. Me dice que le gusta. Que le gustaría que estuvieran juntos. Claro, le digo, te gustaría. Se tomaron un té juntos, porque estabas tú. Cuando estás tú, están juntos de alguna forma.
En la última sesión tratamos su problema, ya casi superado, eso por lo que vino y que no parecía tener nada que ver con el divorcio ni sus padres. Al principio de la sesión me dijo: te he traído una cosa, y sacó de su bolsito colgado al hombro un corazón de papel pintado de azul con mi nombre. Se me humedecieron los ojos.