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EL ABUELO QUE VINO A TERAPIA

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Os cuento esta historia de el abuelo que vino a terapia para ayudar a su nieta.

Llamó su nieta para pedir la cita. Él, que podría ser perfectamente el hombre de la foto, entró en la consulta con sus 84 años y me miró fijamente unos segundos. Luego miró la sala y se sentó.

  • Qué situación tan rara, dijo.

Tenía las piernas abiertas y la gorra entre ellas sujeta con las dos manos.

  • Sí que es rara, admití. Qué le ha traído hasta aquí?
  • Mi nieta, la que le llamó, me enseñó un vídeo suyo de instagram en el que hablaba sin parar. Habla usted muy raro y muy lento. No lo entiendo, pero lo lento que habla me gustó mucho. ¿Puede usted hablarme lento como en el vídeo?

Su sonrisa burlona me desconcertaba, pero decidí seguir.

  • Claro que sí, – me detuve – puedo hacerlo – este tiempo es todo suyo – stop – todo aquí es para que usted habite esta hora.
  • Ve, a eso me refiero. Así de lento está bien, lo de que habla raro me refiero a eso, a lo de habitar la hora…
  • Tal vez sea porque en terapia las palabras adquieren otro sentido, se abren para ver lo que cada uno hemos puesto dentro. Nos dan las palabras, pero nosotros, cada uno, ponemos algo dentro de ellas, algo nuestro. Aquí las abrimos y vemos qué es eso que cada uno ha puesto en las palabras que todos compartimos
  • Ah, pues vale.

Silencio, un silencio de unos 20 segundos.

  • Mi padre hablaba muy poco,- dijo el anciano,- poquísimo. En mi casa cuando mi padre hablaba después se hacía un silencio de un rato, de un rato como este. No crea que le teníamos miedo a mi padre, era el hombre más bueno del mundo. Solo trabajó y veló por todos nosotros. Él era el puntal detrás del cual íbamos toda la familia. Yo quería ser como mi padre, y casi lo consigo.
  • ¿Solo casi?
  • Solo eso, sí. Tengo unos hijos e hijas fantásticos, me siento orgulloso. He tenido la desgracia de quedarme viudo, creo que es en lo único que me ha decepcionado mi mujer,- su mirada irradiaba ese brillo burlón – habíamos quedado en que yo moriría primero. Después de 65 años casados hace 4 me dejó. Pero tranquilo, no vengo por nada de eso.
  • Muy bien. ¿Entonces? ¿Qué le gustaría decirme?
  • Nada, me gustaría que usted me hablara lento.
  • Tutéeme, por favor.
  • Me gustaría que me hablaras lento.
  • Puede llamarme Paco.
  • Háblame lento Paco – nos reímos.
  • ¿Sabe? Hace poco escribí sobre el tiempo y nuestra vida, cómo la vivimos. Ahora que me ha dicho que estuvo casado 65 años me ha hecho pensar en eso.
  • Aha, ¿usted no está casado? 
  • Pues… como si lo estuviera, me divorcié, pero estoy con una mujer.
  • ¿Y tiene hijos usted?
  • Sí, tengo un hijo de 13 años que se llama Diego, como su bisabuelo.
  • ¡Hay que joderse!
  • ¿Qué le pasa?
  • Es increíble, vaya.
  • ¿Sí? – Y tanto… Nos volvimos a quedar en silencio y dejó su gorra en la silla de al lado, esa que mis pacientes utilizan como perchero.
  • Sabe, yo tenía un hijo que se llamaba Diego, un hijo precioso y sensible, callado como mi padre, su abuelo. Le gustaba estar con su abuelo, en silencio, durante las meriendas, mientras él fumaba, coloreando papeles que él le daba. Mi hijo Diego venía al mundo para habitarlo, como usted dice. Me sonrió (tenía una sonrisa burlona, pero empezaba a ver entre sus comisuras y el brillo irónico de sus ojos el poso denso y acumulado de una infinita tristeza. Mi hijo también se llamaba Diego como su abuelo. Cuando mi padre falleció sentí orgullo de que mi hijo llevara su nombre.
  • Es bonito eso, yo quise que mi hijo llevara los nombres de sus dos abuelos maternos, uno era un genio y un volcán de vida, el mío, y el otro era noble y daba esa seguridad capaz de sostener a todo el clan.
  • ¡Caramba! Tiene usted frases para todo… – Nos reímos.

El caso es que mi hijo murió sabe, hace ya mucho. Un estúpido accidente se lo llevó para siempre. Por eso, ahora que lo pienso, no he podido ser como mi padre, porque a él no se le murió nadie. Yo sin embargo soy un padre incompleto. ¿Me entiende?

  • Claro que sí, lo entiendo – le miré y él volvió a sonreír.
  • He trabajado mucho con personas ¿sabe?, creo que eso lo hace a uno un poco psicólogo…- el hombre siguió hablando, contándome su vida.

Pasada una hora empecé a cerrar la sesión. Me pidió volver, en quince días. – No le he contado cómo aprendí a entenderme con los jefes, eso me hizo un hombre.- me dijo con esa sonrisa más abierta ahora en su cara.

  • Pues entonces podrá hacerlo en la próxima cita.-
  • ¿Ya estoy en terapia entonces? – me dijo – ¿Cómo en las películas americanas?
  • Así es, estás en terapia.- volvimos a reírnos.
  • Una cosa Paco, no sé si te molestará… – ¿Dime, qué es?
  • ¿Tienes una foto de tu hijo para que lo vea? Igual no puedes verdad… – me miró, seguía en su rostro esa sonrisa que parecía que desde sus 85 se burlaba de mí.
  • Claro que puedo.- Me levanté y busqué en el móvil.
  • Este es mi hijo – se lo enseñé.
  • ¡Qué ojos tiene el zagal! – dijo. Por un momento su sonrisa se abrió mostrando una dentadura casi perfecta. – ¿Qué tal es?
  • Inteligente, sensible, pero sobre todo buena persona.-
  • Has hecho un buen trabajo entonces.- añadió.
  • En realidad ha sido fácil, la bondad ha brotado de él desde muy pronto, he intentado cagarla lo menos posible.- le dije
  • Ya te digo que tienes frases para todo – y esta vez, se rio.
  • Oye Paco, la próxima vez tengo que hablar menos, que yo he venido aquí para oírte hablar en silencio, hoy no sé si te has ganado el sueldo. Lo he hablado yo todo.
  • Verdad.- le dije abriendo la puerta de la consulta.
  • Nos vemos en dos semanas. Mira,- señaló al fondo del pasillo,- ahí está mi nieta. ¿Es la hija de mi Diego sabes? Ella ha estado mucho en terapia, mucho tiempo. Por eso quería que yo viniera, por eso me hablaba de estas cosas y por eso me enseñó tu vídeo.
  • Entiendo.
  • Ya.- Hablaba conmigo pero solo me miraba de reojo, pendiente de la nieta que lo esperaba.
  • Y por eso has venido.- le dije.
  • Por ella claro – añadió
  • Por ella claro – le contesté.

Se fue alejando por el pasillo y pensé que estaba logrando completar ese casi que le faltaba como padre, que sentía que le faltaba, según se acercaba a su nieta, saliendo de terapia.

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