Hoy hablaremos del sentido de la vida, de la felicidad y la plenitud. La terapia también es un intento, en su búsqueda, de encontrar sentido y de poder estar. La psicoterapia no se reduce a lo clínico, eso la empobrecería. Busca ayudarnos a realizarnos desde el conocimiento que tenemos sobre la mente y los moldes que la definen.
La terapia humanista proporciona un sentido.
La naturaleza única del hombre, reflexiva, le hace plantearse cuál es el sentido de la vida. Ningún animal lo hace. Los animales viven, simplemente. El hombre no puede hacerlo como ellos, porque no es un simple animal. Tal vez lo que hace a un hombre encontrar su sentido sea eso, unir o comunicar su animalidad con su divinidad. Si la animalidad del hombre reside en su cuerpo, ¿dónde reside su divinidad? En su capacidad reflexiva, pensadora, y en cómo está unida a sus emociones produciendo esa alquimia mágica entre emoción e idea que se llama sentimiento.
Comprender nuestra cerebro y su excepcionalidad es clave para entender nuestra condición humana.
EL HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO
Había una vez un buen hombre honrado, inteligente y que buscaba la sabiduría y el camino de la felicidad. Viajó, conoció grandes sabios y gentes humildes también. En su cuaderno de viajes escribió con el fin de averiguarlo: El hombre es… y luego también puso, Para vivir el hombre tiene que estar… Cuando encontrara como acabar esas dos frases sabría el sentido de la vida, qué es vivir.
Es necesario tener una voluntad de encontrar para que lleguemos a algo.
Viajó y viajó, estudió, amó, conoció la muerte de seres queridos, se embarcó en proyectos, cambió de casa… un día conoció la decepción. Perdió el aliento para vivir. Pasó mucho tiempo ausente de sí mismo, en un pueblo perdido, entre los valles nevados y oscurecidos de la profunda Europa. Apenas salía de su cabaña y permanecía en la oscuridad, comiendo lo justo y durmiendo tratando de encontrar dentro de su cabeza respuestas y una luz que lo animara a vivir. Pero al final, cada día acababa siendo una lucha por no pensar en nada, incapaz de retener nada de valor en su mente.
Encontrar un sentido es un proceso y requiere tiempo y maduración
Un buen día llego el deshielo y el hombre tuvo que salir a coger agua fresca. Al probarla le pareció tan pura, tan llena de luz, que se puso el abrigo y subió siguiendo el rastro del riachuelo que bajaba entre las rocas hasta su refugio. Llegó arriba y vio el sol, los valles y las montañas cubriéndose de verde, el cielo inmenso y azul.
Dentro de su corazón algo se empezaba a deshelar también. Se le aceleró el pulso y sintió fuerza y alegría. Nada había cambiado salvo los colores de la montaña, el paisaje, y que él estaba allí para verlos. Allí permaneció un buen rato.
Luego bajó corriendo, hizo la maleta y recogió todo para marcharse de nuevo a viajar y seguir con la vida. En el primer tren que cogió al sentarse abrió su cuaderno para seguir escribiendo y encontró en la primera página aquellas dos frases que quería investigar.
El hombre es…
Para vivir el hombre tiene que estar…
Las leyó, las vio por primera vez en realidad, y se rio de sí mismo.
- Tenía la respuesta desde el primer día – se dijo.
El hombre ES.
Para vivir el hombre tiene que ESTAR.
CONCLUSIONES
Este pequeño y sencillo cuento ilustra el sentido básico de la vida. Puede a todos en cierta forma parecernos una tontería, y en parte así es. Eso se debe a que el sentido del vivir no descansa propiamente en las razones ni en sentidos elaborados desde una idea. No se construye el vivir, ni se hace una vida, desde ahí.
Tampoco puede hacerse una vida acumulando experiencia tras experiencia, corriendo frenéticamente de una actividad a otra.
¿Entonces?
La vida, y esta es la simpleza, está hecha para ser vivida. Hay que hacer una receta secreta que es única para cada uno, pero cuyo procedimiento es el mismo para todos: suma experiencias, pero trata de encontrar en ellas que es lo que hace latir tu corazón, que lleva a tu cerebro a excitarse, a producir y ser fértil, qué hace que tu cuerpo sea uno con el mundo. Ve sumando estas experiencias y vívelas con todo lo que eres: cuerpo, sentir y mente.
El ser humano es un híbrido entre un dios y un simple animal. Para lograrse, ha de saber saltar entre esos dos extremos.
Desde la terapia humanista entendemos la consulta como un espacio de prolongación de la experiencia de vivir. Por eso un afán que pretendo es que se produzca algo vivo en la sesión.