Estas últimas noches no duermo bien, y al final la madrugada se hace una llanura extensa. Es delicioso, no hay más inquietud que no poder conciliar el sueño, por lo demás, nunca he sido tan feliz a solas conmigo.
Pero anoche en la madrugada avanzada tuve un extraño sueño. Mecía y sacudía mi descanso el azote del levante, que hace volar las cortinas, y abanica la casa con las puertas y las ventanas. En mi sueño el levante se detuvo en seco, y un silencio sepulcral invadió la casa. Y en medio de ese silencio creí despertar. Avanzaba a tientas por el pasillo y oí un batir de alas en el balcón. Pensando que era una paloma atrapada fui a liberarla (es algo que pasa a veces). Pero encontré en una esquina enganchado a la tela metálica un Ángel, un niño Ángel de unos 8 años. El impacto de la imagen me despertó en la realidad de mi cama, y ahí si estaba asustado, muy asustado.
¿Qué significaba esto? ¿Por qué este sueño?
Rápidamente pensé en mi hijo. Porque llevo unos días asustado por mi hijo. El motivo es que está de viaje muy lejos, en oriente, con su madre. Sé que está seguro, sé que está muy bien cuidado, nadie podría cuidarlo como yo salvo ella, su madre. Pero aún así, ya me di cuenta cuando cené la otra noche con él para despedirlo que tenía miedo de no volver a verlo, de que le ocurriera algo.
Me dicen, y pienso y veo que sí, que es un miedo normal en un padre. Es sólo cuestión de no darle alas (tiene gracia, por el ángel digo).
Por tanto este sueño habla de mi miedo.
No quería quedarme ese miedo, así que tras mi café escribí un cuento sobre él.
Este es el cuento:
Sobre las 3 me desperté, me despertó el silencio. Había estado combatiendo el levante y como, sobre todo en verano, abro todas las ventanas y el balcón para que corra el fresco un ruido constante me había mecido durante el sueño. Era como dormir en medio de una batalla.
Pero a las 3 me despertó el silencio abrumador. La quietud de mármol de las cortinas, la atmósfera fresca pero estática, y sobre todo esa falta de ruido, golpes y zarandeos que acompaña al levante. Y en medio de ese silencio sentí un batir de alas, que venía del balcón.
Ha debido meterse otra paloma dentro, pensé. Ocurría, sobre todo cuando combatía el viento, que las palomas venían a refugiarse al balcón. Luego algunas no sabían salir, pues yo había puesto una cerca metálica para que no se metieran por la parte de abajo, y tenía el efecto de tampoco dejarlas salir si alguna se colaba dentro.
Me acercaba al balcón cuando el susto me aceleró el corazón y todo mi cuerpo se tensó en alerta. Medio escondido en el hueco de la esquina y en cuclillas, había sobre el césped artificial un ángel. No tendría más de ocho años. Al sentir mi presencia batió las alas asustado, pero sin ningún resultado más allá de un breve zarandeo de su cuerpo.
Me llevó un tiempo reponerme del susto. Luego me quedé mirándolo, y él a hurtadillas volvía la cabeza y me miraba a mí. Me di cuenta de que el ala izquierda se le había quedado enganchada en la tela metálica y eso le impedía escapar. Para calmarlo, no se me ocurrió otra cosa que ponerle un vaso de leche y galletas.
– Toma, lo mismo que le ponía a los reyes magos
– ¿Los reyes magos? De qué hablas?
Le conté de los reyes y entonces se giró un poco, bebió y comió. Luego no paró de hacerme preguntas. Tenía la voz más infantil de lo que su cuerpo aparentaba, como de un niño de 5 años tal vez.
– ¿Y por qué ha no le pones nada a los reyes magos?
– Porque ya no vienen
– ¿Ya no vienen? ¿Cómo es eso?
– Fernando murió y los reyes magos sólo vienen por los niños.
– ¿Un niño murió?
– Si…
– ¿Y era tu hijo?
– Sí
– ¿Y era pequeño?
– Sí, unos ocho años
– Vaya, qué triste es eso
– Sí….
– Igual por eso me he caído en este balcón, cuando el viento me empujó.
– ¿Para qué?
– No lo sé, pero cuando hay tristeza en un sitio, los ángeles nos sentimos atraídos hacia ella.
– ¿Para qué? (Tantas preguntas, suyas y ahora mías, me recordaban también a Fernando, que nunca paraba de hacerlas)
– Porque la tristeza necesita compañía
– Nada puede aliviar mi tristeza, yo soy mi tristeza.
– ¡Eso es terrible! ¡Qué pena! Debe dolerte mucho.
– Sí. Nada puede hacer que él vuelva.
– No, claro, no es posible.
– No
– La tristeza es tuya. Él está bien, eres tú quien está triste
– ¿Cómo sabes eso? Él ha muerto, no está ni triste ni alegre.
– No es así. Él está bien, sigue su existencia en otra parte.
– Eso no tiene sentido para mí. (Pero aquí estoy, hablando con un ángel en mi balcón, pensé)
– ¡Vaya!
El viento empezó a zarandear un poco los árboles abajo, y a correr libre entre los edificios.
– Mira ya vuelve a soplar, me dijo
– Sí.
– Voy a marcharme, ¿no te importa? – me miró con una cara indeciblemente hermosa y llena de cariño y compasión.
– No claro, lo entiendo, debo estar soñando – debo estar soñando pensé a la vez.
– ¿Puedes soltarme el ala? Se enganchó con esto.
– Claro
Me acerqué y con algún trabajo le saqué el ala de la tela metálica. Mientras buscaba cómo desengancharla sin hacerle daño el me agarró el brazo y me miró. Ahora me parecía más pequeño y juraría que su piel brillaba ligeramente, con un tono miel, como si irradiara luz. Sentí una paz inmensa y ganas de llorar, yo que tanto me las había prohibido.
Finalmente quedó libre y poniéndose de pie sacudió ambas alas, dejando un pequeño reguero de plumas por el césped. Luego, sin mediar palabras me abrazó, envolviéndome incluso con sus pequeñas alas, y se fue.
– Vendré a verte, para saber que estás bien.
Los días siguieron y yo me quedé solo, pero diferente. Porque un ángel había caído en mi balcón. Una noche sentí un batir de alas familiar y corrí al balcón con el corazón saliéndose del pecho. Pero no había nadie. Sólo en medio del césped una pluma blanca. Eso me hizo sonreír, aunque sentí tristeza por no verlo.
Pero está ahí, pensé. Y seguí con mi vida.
Por eso me gusta el levante, porque es como el batir de alas de mil ángeles. Y cuando cesa, puedes oír una voz que te habla de lo que escondes para no sufrir.
Me preguntaba luego, tras exorcizar de esta forma mi miedo, por qué? Por qué así? Por qué un ángel.
Sabía que el sueño había sucedido en el balcón porque es el territorio de mi hijo ahora. Su paraíso. Era ahí donde tenía que aparecer.
Pero un Ángel?
Y no sabía el motivo ni por asomo.
Pero de pronto, y esto me interesa muchísimo, se me hizo la luz. Porque esa noche había compartido con una amiga algunas fotos de mi pasado. Medio entre bromas y nostalgia había fotografiado con mi móvil fotos viejas, en papel.
Y entre ellas había bailado una foto que de pronto cobró pleno sentido en este asunto.
Este es mi hijo, con un par de años, vestido de ángel para una función en la guardería. Es una foto que vi al azar anoche, sin reparar en ella.
Y sin embargo, la mente hizo su trabajo. Buscó las formas y los trajes apropiados para el miedo que en mí habita. Cogió el levante para sacudirme con el reverso de su silencio, me llevó al balcón donde mi hijo ha construido su paraíso, y me mostró ese ángel que pasó inadvertido anoche. Para poder sentir mi miedo. Para vivir el pavoroso terror, porque fue eso lo que sentí al ver el ángel. Como si el cielo cayera sobre mí.
Me asombra la perfección con que la mente, el alma tal vez, hace que todo encaje, y haga su teatro, con las apariencias y la vida, para representar en ellas nuestros anhelos y temores. Es cierto que somos pura proyección, y que creamos la realidad, con nuestra manera de verla.
Aún tenemos mucho que aprender de todo esto, no sé si apenas consigo explicarme de hecho. Mucho de aprender de nuestra intuición, nuestras visiones, la realidad que creemos ver….