En esta luminosa mañana de sábado, con planes y alegría, estaba yo escuchando ni más ni menos que Perfect Day, de Lou Reed, y a continuación entre otras Creep, de Radiohead.
Y pensaba yo, ¿qué necesidad? ¿qué torcedura se apodera de uno en pleno día de verano, de buena mañana, para querer andar con estas canciones, con estas letras?
¿Sigue habiendo canciones como estas? me pregunté también.
Porque, ¿qué canciones son estas?
Canciones donde hay una fractura del yo, algo no está bien. Algo anda mal, y roto, cuando te dicen como dice Lou Reed:
You made me forget myself
I thought I was someone else,
someone good.
Radiohead no pierde tampoco el tiempo para expresar su desposesión, su falta de algo básico para sentirse pleno:
I’m a creep, I’m a weirdo
I don’t care if it hurts
No puedo evitar recordarme, y recordaros, que este es un blog de terapia, así que no me dejaré llevar sin más por las emociones que estas canciones y estas letras me provocan. Pero si partiré de esto para escribir lo que quiero escribir.
¿Por qué nos gustan estas canciones? Porqué a las canciones llenas de fractura, de dolor, canciones que en el banal argot psicológico de hoy en día tienen un mensaje negativo y emociones tóxicas. Por qué revolcarnos en estas cosas. Porqué a Bukowski, porqué andar cantando los males en lugar de olvidar la tristeza, el dolor.
Siempre pienso que ese olvido es otra ola de miedo, que trata de desconectarnos del dolor, del miedo, pilares y motores en la vida, y siempre presentes. Podemos hacer algo con ello o en cambio – y como parece – podemos hacer con ellos como hace poco oí en “El asombroso mundo de Gumball”, cuando un protagonista le dice a otro: tengo una angustia y un miedo enormes aquí dentro en el pecho. Y el otro le contesta: pues chico, haz como los adultos, entiérralo en lo más profundo de ti y olvídalo.
Esa es la consecuencia de que lo que vivimos, nuestros sufrimientos, se conviertan en problemas psicológicos, que no afrontemos, que enterremos y sigamos como si nada.
Estas canciones tienen esa función, ese destino: tocar una fibra viva en el corazón de ese miedo y esa angustia que yace enterrada, nos permiten conexión con nuestras partes fracturadas, nos permiten reconocer que algo no está bien.
De acuerdo sí, buena parte de la Psiconeurología dice que hay que tener cuidado con los circuitos neuronales que alimentamos. Ok. Pero eso no implica que haya que soterrar voces que llaman desde dentro, que no haya que cuestionarse ni ahondarse en nuestros propios abismos. Lo que eso quiere decir es que llegados a un punto, podemos ser dueños de nuestro propio destino, al menos aquí dentro, en nuestra mente, en nuestro cuerpo, y saber tomar distancia, apartarnos del dolor cuando abrasa, y volver a elementos que nos permitan retomar la vida, seguir con ella.
Hay una historia que circula por ahí sobre que tenemos dos lobos, uno bueno y uno malo, y que sobrevive y crece aquel al que le damos de comer, tú decides.
Pero la experiencia leyendo a Jack London me dice que cuando no le das de comer a un lobo que habita dentro de ti (o fuera en el caso de London) este se vuelve feroz y acaba matando. La solución es otra, de corazón, porque ambos lobos somos nosotros, y la vida no es esencialmente moral a este respecto, sino vital y existencial, y el lobo malo, junto al bueno, es lo que hay, lo que es.
Permítete tus canciones oscuras y tus momentos siniestros, exprésalos, comprende y ahonda.