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Israel tiene un trauma y su camino está lejos de permitirle superarlo. Lo vivido en la segunda guerra mundial y cómo acabó por formarse este país ha ido construyendo su visión, su estar en el mundo bajo los efectos del trauma.
Cuando algo impacta en nuestra vida de forma brutal es necesario que se pueda expresar y ser sentido por el otro. Tal vez a Israel le faltó esa empatía del otro, ese estar y sentir, esa compasión, tras el final de la guerra, cuando se pasaban su problema como una patata caliente. Tal vez tanto dolor y luego una formación como país difícil creó todas estas defensas que ya son ofensas, para ser duros y valerse de la fuerza y así hablarles de tú a tú al dolor. Craso error, pues al dolor hay que darle expresión sentida y compartir para encontrar en la compasión y en la construcción de uno algo nuevo. De tú a tú el dolor del escarnio le da la victoria a este último. Es lo que viene pasando.
Hay una frase que los judíos hicieron suya de las sagradas escrituras tras la guerra: “Nunca volveremos al matadero como corderitos”. Desde entonces, Israel es un estado militar, con cuatro años de servicio militar obligatorio, una gran inversión en armas. Y es que la frase elegida es propia de alguien bajo los efectos del trauma, totalmente a la defensiva (lo que acaba en ofensiva), moviéndose sólo por el recuerdo vivo de las heridas.
Tal vez Israel, esto es delicado, hace de la memoria del holocausto algo que no es el recuerdo sano y adaptativo del trauma, sino la constante excusa, la constante queja, la exposición de mi dolor que no he de olvidar ni borrar para evitar que mi historia de campos de concentración y exterminio se repita. Y no hay que olvidar ni borrar, por supuesto, pero a menudo el trauma y su impacto se convierten en la queja perpetua que justificará todo nuestro posterior comportamiento.
Como suele ocurrirle a quien no supera un trauma, de alguna manera está condenada a repetirlo, porque convive con la crueldad que le dañó y al final la hace suya de alguna forma para entenderse con ella ya que no ha logrado superarla.
La terapia de emergencia aplicada tras la guerra fue crear un país en un intento a las bravas, en medio de un volcán, y bien lejos de casa, es decir, de occidente y américa. Se creó un país exprofeso para un pueblo que práctica una religión y una visión, y eso entraña muchas cosas, algunas de ellas, ya pueden verse, nada buenas.
Es posible que aún tenga Israel estrés postraumático? Eso parece. Hay niños acosados por bullying que mucho tiempo después están sentados en un parque y al oír una risa estallan llenos de rabia, los veteranos de Vietnam como Rambo si eran maltratados por un sheriff prepotente acababan por incendiar el pueblo y montar su propia guerra porque han aprendido a sobrevivir, día a día. Igual parece que le ocurre a Israel, al responder con armas a las pedradas, o al bombardear una ciudad y matar a civiles, sin distinguir ni entre los niños, porque ha sufrido un atentado o una muestra de rabia y violencia de sus vecinos. Israel está a la defensiva, y con una vida limitada (militarizada y cerrada) para sobrellevar el trauma que no la deja vivir plenamente.
El diagnóstico es terapia. Israel tiene que verse y entrar en contacto con su dolor en lugar de proyectarlo enfurecida. Ha de abrirse compasivamente y encontrar un camino al perdón, pasado y presente, y afrontar sus limitaciones y las reacciones que lo han sumido en su coraza.
Como muchos sumidos en su ceguera no es probable que Israel vaya al diván sin más. Es necesario que sus amigos y vecinos internacionales le hagan ver que no se encuentra bien, que tiene que mirárselo y que se puede cambiar. Que necesita entrar en un proceso de revisión de sí misma y abrir sus brazos y con firmeza, pero con ternura, hablar y comprender para ser escuchada y comprendida.

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